Este fin de semana he asistido al Día Mundial del Yoga por la Paz, un festival de yoga donde algunas escuelas muestran lo que hacen.
En este evento, encontré de nuevo a una mujer que pertenece a una de estas escuelas, con su marido y su hija pequeña.
Lo que vi allí me inspiró mucha ternura. Una madre en conexión con su hija, en contacto físico muy frecuente con ella. La niña exploraba y regresaba a su madre cuando lo necesitaba. Los brazos eran su refugio de seguridad y de calor. Y así también los brazos de las mujeres que les acompañaban.
Eran una comunidad.
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Entonces pensé en las comunidades indígenas, en las comunidades de otras partes del mundo, en las comunidades que formaban las mujeres hace muchos años aquí también, en occidente. Mujeres poderosas, mujeres cariñosas, mujeres empoderadas, seguras, guiándose por la fuerza de la naturaleza.
Y sus niños. Una infancia acogida, llena de cariño, con apego seguro, feliz, sonriente, en paz, sin violencia.
Mirando a esa madre pensé: esta es una clara evidencia de que criar con apego, con contacto físico, en brazos, no está reñido con mantener unas normas de convivencia. Al contrario, es tan compatible, que sale de forma natural.
La niña le pedía algo a su madre y ella cariñosamente y de forma sencilla le explicaba que ese no era el momento. Y la niña lo aceptaba de forma tranquila, con una sonrisa y sin alterarse. Todo lo contrario a lo que observo en muchísimos otros niños, llenos de normas, consignas, mensajes complejos y negativos y poco contacto físico con sus figuras de apego.
Lo que vi fue una unión de dos personas que se miraban con un amor especial. Y eso es algo que no puedo explicar con palabras, porque hay sentimientos que son inexplicables.
Gracias.
Patricia.
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