Había una vez un niño que no sabía jugar. No sabía lo que se
hace cuando uno es niño. Sólo jugaba a videojuegos.
Este niño no sabía que podía hacer muchas otras cosas, como:
- saltar en los charcos
- andar descalzo por la hierba
- ir en bici y sentir el viento en la cara
- tocar la arena en el parque, hacer castillos,
pasteles y todo aquello que se pueda hacer con la arena
- disfrazarse y ponerse en el lugar de otros
- hacer guerras de cosquillas
- oler las flores y tocarlas
- escuchar el sonido de los pájaros
- jugar a adivinanzas
- jugar al escondite
Y multitud de juegos y aventuras interesantes que se perdía…
Estos son los niños que, con tristeza, veo en esta sociedad
ultra-tecnológica.
Niños que no han descubierto su infancia, que no han
descubierto las texturas de los materiales, que no saben a qué huele la hierba,
unas galletas, el pan recién hecho, la humedad después de una tormenta; que no
se han parado en silencio a escuchar los sonidos que inundan el día a día, que
no experimentan con sus sentidos.
“Niños tecnológicos”, pegados a una pantalla, sin mirar al
que tienen al lado, sin hablar apenas con él. Niños que no desarrollan su
imaginación, a pesar de tener todo su potencial y capacidad para crear.
Dejemos a los niños ser niños.
Cerremos los ojos y pensemos en los recuerdos de juego de
nuestra infancia y descubriremos que los “niños tecnológicos” se están
perdiendo esa vivencia que queda en el recuerdo y en el inconsciente para
siempre.
Porque eso, al final, es la vida. Experimentar, tocar, sentir,
mirar, escuchar, oler.
Un saludo.
Patricia.
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